Juan salió y sentó su cansancio en el banco verde del boulevard. Llevaba más horas levantado que el propio día y, mientras la ciudad se encendía con el rojo del atardecer, la fatiga apagaba sus ojos grandes y verdes. Su gorra gris, amplia y de visera, le tapaba la frente y su pantalón corto dejaba al aire los calcetines de rombos, anclados a la rodilla por dos gomas gruesas que su madre recosía cada poco tiempo. -En esos sitios a los que vas no puedes ir hecho un Adán…
Era el mejor momento del día. Apoyando sus relucientes botas marrones en la caja, Juan se sentaba cada tarde en el mismo banco y dejaba correr la mirada de izquierda a derecha, siguiendo el vaivén de la gente que pasaba por delante. Al fondo, las maderas nobles del Milford ponían el decorado señorial y decadente a la escena.
Señores de zapato caro, serios y varilargos, bajaban la calle hasta perderse por el puente de La Castellana. De allí subía una pareja desencantada, de las que ya no se miran por miedo a no verse en los ojos del otro. Otras mujeres subían solas el boulevard. A Juan le gustaba adivinar si eran guapas o feas por su modo de andar. Las que iban despacio y dibujaban círculos con las caderas eran guapas. Las que avanzaban rápido y mirando el adoquín, no lo eran. O no se gustaban, que no era lo mismo. Casi siempre acertaba.
Cuando no pasaba nadie, Juan miraba los coches que paraban. El Mercedes color crema del señor Márquez, con sus faros americanos, tapaba el portal del siete. Esta vez había encontrado aparcamiento, aunque no era lo normal en aquella calle. A Juan le caía muy bien el señor Márquez. Era un hombre ya mayor, de unos 80, con el pelo blanco hacia atrás y teba color toffee. Sus Crockett & Jones nunca se ensuciaban pero era uno de sus mejores clientes.
Al señor Márquez -don Joaquín- le gustaba contar historias. Había vivido en Argentina durante muchos años y siempre acababa largando anécdotas de «mi querido país» y de las fiestas que daba en su departamento de la calle Ayacucho, en pleno barrio de Recoleta. Juan recordaba alguna. Siempre empezaban igual: «¿Te conté la historia? Recuerdo…»
-… que en el invierno de 1973 ofrecimos una fiesta en honor de don José María Alfaro, antiguo embajador de España en la Argentina y gran amigo de la familia. En un momento, mientras todos reían dentro, José María y yo nos zafamos y escapamos a la terraza. Preocupado, me contó que en Chile se estaba armando un quilombo enorme. Que Pinochet preparaba un golpe de Estado para derrocar a Allende y que el país se iba al pedo. Los Carabineros, fieles hasta entonces al presidente, empezaban a tomar posición por el golpista. O tal vez por el miedo…
Yo le tomaba el pelo a José María y me reía cuando intercalaba, cada tres o cuatro frases, la misma alarma: «Se va a armar Joaquín, se va a armar!». Después de una hora larga de detalles, discursos y alguna riña entre gin y gin, decidí acabar con la conversación. Pero José ¿No tenés bastante con los golpes de casa, que vas a mirarle la pared al vecino?… Él se rió, me dijo «sos un pelotudo» y nos metimos al salón. Un mes después, a las 10.30 del 11 de septiembre, los tanques abrieron fuego contra La Moneda. Pocas horas más tarde, y al grito de ¡Allende no se rinde, milicos de mierda!, el presidente se suicidó de un tiro seco en la barbilla… o eso dice la Historia Juan, que a veces es muy mentirosa… ¿Ya has acabado?
Juan no entendía mucho de aquellas cosas que le contaba, pero siempre se quedaba con ganas de más, mirando embobado hacia arriba y escuchando aquel acento amielado, mientras sus dedos perfilaban lentamente los zapatos del señor Márquez.
Ya anochecía. Cerrando el seguro de la caja, Juan se levantó tan cansado como contento y de pie sobre sus botas, volvió a decir la frase que le había enseñado su padre, y que a él le gustaba repetir a modo de oración.
-Que hoy haya sido el peor día del resto de mi vida.
Y así, se fue paseando hacia el metro. Un día más. Otra noche.
Empezar el lunes con tus historias hace que este día sea casi viernes. ¡Qué maravilla!
he flipado… hay más de una frase para enmarcar
Gracias! Da gusto escribir para vosotros…
Gracias!
Muy chulo, Gallo. Lo he disfrutado