Cuentos de Alzhéimer
(Un homenaje para todos los familiares de las personas que viven con Alzhéimer)
Apoyando su frente en el quicial de la ventana, Andrés miraba hacia la calle mientras la noche manoseaba suavemente las cortinas de su cuarto. El Jack Daniel´s ahogaba el sonido de los hielos que, con el cimbrear de su mano, repicaban uno contra otro en la copa, aportando un fondo musical a aquella noche inerte y vacía, sin señales de existencia.
No lograba recordar qué le había llevado a aquella vida tan negra. Él se recordaba más joven, más vital… pero sobre todo, mucho más feliz.
-¿Quién eres? Le iba repitiendo en una voz indignadamente alta a la cara que veía pegada al cristal. Su cabeza era una babel de imágenes que le mostraban tal y como él se recordaba, tal y como aquel tosco cristal no le sabía mostrar. No entendía nada.
Las escenas volaban por su mente y en todas, él aparecía vestido con su traje gris marengo de dos botones, que se había comprado hacía poco en Best, adornado en la solapa con el pañuelo color hueso perfectamente desordenado y fijado al bolsillo, como siempre, con el peine pequeño de la mesilla.
De repente un recuerdo logró fijar aún más su atención, mientras elevaba una leve sonrisa contra el cristal. La escena era muy nítida. Estaba sentado en la barra de un bar con murales de una cerámica exquisita, que parecían representar el Baco de Velázquez. Un cuadro flamenco con figuras algo enrarecidas quedaba a la izquierda, justo encima de la escalera. La inscripción detrás de la barra «Vinos y Coñacs de La Riva, Jerez», le hizo salir de toda duda.
-¡Los Gabrieles! Dijo despegando la frente de la ventana y elevando la voz con el mismo orgullo que añoranza.
Durante unos minutos aquella calle negra y desconocida se borró de sus ojos. Sólo veía pasar gente por delante de la barra. Gente que por fin conocía. Juanito Mojama, Pastora Imperio, El Estupendo, Paquito Godín, el gran Belmonte… Sus amigos, su Madrid, su vida…
Desde el sótano, en el reservado, subía por la escalera el roce de una guitarra española, y un tropel de palmas acompañaban la fiesta que, por el ruido, debía ser multitudinaria. Pepito, el camarero, no paraba de subir a la barra las copas vacías mientras pedía botellas y botellas de fino. La camisa blanca se le pegaba a la figura dejando ver su cuerpecito menudo y aristado.
-Buenas noches Don Andrés.
-Buenas noches Pepito. Hoy no ves amanecer.
-Así llevamos tres días Don Andrés, Don Juan se acaba de cortar la coleta y está invitando a toda la parroquia. Bájese, que me han preguntado por usted.
-No Pepito, yo ya voy de retirada.
Andrés tenía una sensación extraña. Como de comparsa. Como de estar sin estar. La chica de los cigarros pasó por delante y le saludó. Él correspondió el saludo con una leve flexión de cuello.
-Qué guapa estás Manolita.
-No me sea usted flamenco Don Andrés, que luego le hablan a su mujer en la novena.
Andrés soltó una risa cómplice y poniéndose de pie, se encaminó hacia la puerta mientras ladeaba el ala de su viejo sombrero.
-Mañana sin falta le tengo que decir a Mirita que me acompañe a Sánchez Rubio; con este sombrero parezco un inclusero.
Según abrió la puerta y vio la noche cerrada cayendo sobre Echegaray, los ojos de Andrés le fueron devolviendo otra vez a aquel cristal terco y a la visión de aquella calle vacía que, por más que miraba, no lograba reconocer como suya. Su cara tornó a esa flacidez que sucede a la risa cuando es provocada solo por un recuerdo. Un recuerdo que seguramente, para Andrés, habitaría en el olvido para siempre.
Cansado y torpe, se volvió hacia la puerta de aquella habitación y vio una silla con ropa ordenada que pareciera suya. Desorientado, sin saber dónde estaba, vio una sombra que se acercaba por el pasillo. Y allí, en la puerta, vio a una mujer ya mayor, de unos 70 años, con una cara preciosa y unos ojos que brillaban con el reflejo de las farolas.
-Vamos Andrés, mi amor, que tienes que acostarte ya. Dame el whisky anda.
Andrés no sabía quién era aquella mujer, pero cuando se le acercó y le agarró por el brazo, el olor de su pelo le tranquilizó. Olía a conocido, a familiar…
-Qué guapa eres… ¿Cómo te llamas?
-Mirita cariño. Tu Mirita.
-¿Mirita? Tú no eres Mirita, ella es mucho más joven… ¡Y más guapa!…
…
Me tienes que acompañar mañana a Sánchez Rubio. Tengo que comprarme un sombrero nuevo.
-Sí mi amor, lo que tú me digas. Vamos a dormir.
Y apoyándose en ella, se encaminaron los dos hacia el pasillo.
gallo, que me has hecho llorar a las 6:15 de la mañana con el café…pero bueno no me importa empezar el día así……
Me encanta que me cuentes que te has emocionado. No hay mayor satisfacción. Aunque espero que no sea de tristeza… Gracias Susana.
Mucho realismo esconden estas lineas, chapeau.
Todavia recuerdo a Paquito Godin.
Bss
Nos acordamos de muchas cosas Chomona.